Me han pedido reflexionar sobre el papel que puede jugar el Partido Morado en el difícil momento político actual. Les adelanto el final: considero que les toca jugar un papel central en cualquier intento de mejorar un sistema político degradado, pero al mismo tiempo que tienen mucho en contra para lograrlo. Ya llego a eso. Quisiera comenzar, sin embargo, con una nota personal para que entiendan el tono que tendrá tanto el duro diagnóstico de nuestro contexto político como mis urgentes sugerencias para un partido que busca enfrentar esta situación.

Escribo, o escribía, columnas semanales desde hace más una década. Si bien dejé El Comercio en el año 2021 por lo que consideré una parcialización grosera del diario en la segunda vuelta electoral, seguí escribiendo en otros medios con cierta regularidad. Pero desde fines del año pasado ha sido difícil escribir sobre política. Alguna opinión en medios o twitter, pero escribir, pues no. De hecho, anoche caía en la cuenta que este texto es el primero sobre política y coyuntura que termino en tres o cuatro meses.

La razón para esta dificultad, creo, es la sensación de ingenuidad que uno tiene cuando pasa del diagnóstico duro a plantear algunas propuestas para responder a la situación crítica en la que vivimos. No es que haya poderosas fuerzas controlándonos o promoviendo la inmovilidad, como las hubo en los noventa. La sensación es la de alguien que busca apoyo para una palanca sabiendo que ese apoyo no existe, o es de barro.

Es como si en la política nos hubiésemos quedado sin ideas ya no digo para el largo plazo; el plazo medio es un lujo, cosa de caviares o una declaración cumplidora, sin contenido. Del 2001 al 2016 sabíamos que era difícil romper con una serie de inercias corruptas o de mediocridad, pero tanto en la política electoral como en el Estado había interlocutores con cierto poder y legitimidad. No creo en el cínico comentario hoy común de “así siempre ha sido”. No, así no era hasta hace unos años. En ese periodo se incubaron muchos de nuestros males, pero había dónde buscar apoyos para intentar algo mejor. Ahora se siente una gran orfandad en la política. Y como digo, no por el poder o legitimidad de las fuerzas contrarias, sino por esa sensación de banalidad que toma toda solución frente a los que hoy tienen el poder. No esperes nada del sistema político para no decepcionarte más.

Un ejemplo para no sonar exagerado. En una reciente columna Martín Tanaka llega a la conclusión a la que llegaría cualquier persona sensata al ver el desastre climático que nos golpea: necesitamos un organismo profesional, autónomo, protegido de los avatares de la política electoral, para intervenir con efectividad en la prevención de desastres. Totalmente de acuerdo, en otros momentos hemos llegado a la misma conclusión. También hemos fracasado en concretar la idea por diversas razones. Pero teníamos una idea, y algunos políticos y burócratas, aprovechando la coyuntura del desastre, avanzaban dicha agenda, corregían problemas, mejoraban lo que había. Hoy la idea está huérfana, ni el intento se hace de tomarla. Este Congreso no empujará esa agenda, el Ejecutivo tampoco. No tienen ni las capacidades, ni las ganas de hacerlo. El sentido común que recoge Martín no encaja en el sentido común que ha tomado el país, donde la salida razonable se ve como inalcanzable, y, si se plantea desde la política, es vista como una mentira para cumplir con la tribuna.

La razón para este desánimo pasa, creo, por cachetadas tras cachetadas de frustraciones y traiciones políticas. Corrupción seguida de corrupción entre quienes en el 2000 gobernaron prometiendo un país más honesto. Una pandemia que mostró todas las costuras de la prosperidad limitada del modelo peruano. Un profesor que se presentaba como redentor, pero que terminó siendo un pillo de baja estofa. Para colmo, en estos meses vemos eventos que debilitan todavía más las costuras de la propia nación, con muertes injustificables que no han significado ni la crisis ni el escándalo que deberían significar. Pareciera que las divisiones y miedos que nos han saltado desde la elección del 2021 han paralizado una demanda ciudadana constructiva por una mejor política. Políticos impopulares, apoyados en una coalición conservadora, logran hoy sacarnos la lengua con la seguridad de que aquí no pasará nada, como nos sacaron la lengua el Presidente Castillo y su camarilla corrupta.

Y fíjense en algo crucial. Los discursos nacionales que se presentan ante la crisis, no lo son en realidad. Excluyen, infantilizan, criminalizan, son parciales, ideas para barras bravas. Conservadores pidiendo mano dura y orden desde Lima. Unos radicales intentando borrar con su grandilocuencia su repartija monumental. Y el centro, el realmente existente en el Congreso, pragmatismo y acomodo, balbuceando patrioterismos panfletarios. Nos está tocando vivir una tragedia nacional, y no hay interlocutores políticos con quienes procesarla. ¿Qué podemos decir que no suene ingenuo? ¿Qué se le puede recomendar a un partido político en medio de la desconfianza que rodea a todo el sistema?

Por evitar la ingenuidad es fácil pasar al cinismo o al derrotismo. A la inmovilidad. Y sin embargo, toca decir algo, y algo fuerte. Primero porque creo que sí hay espacios para recuperarse, no estamos tan mal como nos hemos convencido que estamos. Podemos estar incluso peor, eso debería motivarnos a reaccionar. Además, porque espero convencerlos de que no se ha intentado de verdad aprovechar el desgaste del sistema. Hay espacios democráticos que puede ser premiados si tiene la altura, audacia e inteligencia para plantear una buena pelea. Y allí ustedes juegan un papel crucial. En ese tono personal que les proponía, hay un reto que les presento y que espero no suene ingenuo.

Para llegar al papel que pueden jugar en la salida de la crisis, déjenme seguir mostrando primero lo hondo del hoyo, sin matices ni anestesia. El diagnóstico duro es necesario para pensar salidas, limitadas, parciales pero realistas. En la sección final me centro en la pregunta que me plantearon al invitarme: qué puede hacer el Partido Morado en este contexto. La buena noticia es que creo que puede hacer mucho. Diría más: tiene el deber de hacer mucho. Porque, por su trabajo y por un poco de fortuna, es hoy uno de los pocos espacios capaces de ser punto de apoyo para sostener las fuerzas que buscan corregir lo que vemos y plantear proyectos representativos de bienestar y honestidad. Pero primero descendamos al hoyo.

El hoyo del sistema político

Las cifras son contundentes, tan contundentes que llevan a ciertos espejismos sobre la naturaleza de la crisis. El rechazo al Congreso y a los grupos políticos es enorme. Se cuestionan sus decisiones y abusos; las encuestas son bastante claras sobre este rechazo y las pifias y ataques en la calle confirman dicho malestar. Si consideramos que este rechazo significa la preferencia por un régimen opuesto al que vivimos, concluiríamos que los peruanos quieren una clase política honesta, empática, de individuos humildes. Con partidos capaces de llegar a acuerdos básicos para el buen gobierno e impulsar políticas de bienestar.

Lamentablemente, esto no es así. Si bien, como veremos sí hay un problema de representación en este Congreso, esas bancadas y políticos que hoy rechazamos no desaparecerán en una nueva elección. Es más, quizás desparezcan las caras, pero no lo que representan. Tendremos de nuevo una derecha dura, una izquierda obtusa y algo al centro, pragmático y voluble, funcional a la continuidad del statu quo. Y más allá de diferencias ideológicas o programáticas, estos grupos tendrán un enorme consenso sobre una serie de intereses que se alejan de las urgencias que demanda la ciudadanía según los sondeos en diversos temas. Un gran consenso también contra otras preferencias minoritarias, quizás, pero también relevantes y hoy ignoradas.

Esta representación se construye en un país polarizado, eso nos lo gritan los medios de comunicación; medios nacionales además parcializados en los debates. Los extremos estarán allí, canalizando creencias y demandas de los ciudadanos con mensajes claros y sin matices. Los mensajes pragmáticos centristas, tolerantes, menos contundentes y simplistas, cuesta más transmitirlos. Pero también, no olvidemos, la representación se construye en un país informal que ha ido ganado más y más espacio en la política a la par que se debilitaban las propuestas programáticas de cualquier signo ideológico. Un país colosalmente informal, incluso para estándares de América Latina, ve en la política espacios de influencia y resistencia.

Así, hay un problema de representación de ciudadanos cuyas preferencias simplemente son ignoradas o trituradas en el Congreso. En parte porque otras opciones más moderadas y democráticas no tuvieron buenos candidatos en la última elección, les fue particularmente mal. Pero no perdamos de vista que la polarización, que es cada vez más un asunto social, y las redes patrimoniales que intermedian con parte de la sociedad, sí están allí. No vivimos un espejismo basado en la mala suerte. Somos en parte eso que vemos. Quizás cambiarán las caras de los liderazgos en favor de la novedad, pero la cartografía política será similar. Odiamos al personal, sin reconocer que nuestra selección de personal sería parecida.

Si para romper el nudo actual debemos combatir a los extremos y el centrismo patrimonialista, buscando una mejor representación que dé la pelea desde adentro, diríamos que parte de la salida pasa por construir opciones democráticas y sensatas que puedan representar a esto sectores excluidos. Y, como verán, estoy de acuerdo en parte. Sin organización política, sin un esfuerzo articulado para representar a esos sectores, no veo la posibilidad de construir una política más sana y razonable.

Pero hay un problema. La débil legitimidad de los políticos atraviesa a todos, incluidos a los sectores moderados y democráticos. Esos sectores, con sus fallas y problemas, no son iguales a los extremos ni a los pragmáticos. Eso lo entendemos bien aquí. Sin embargo, a estos sectores se les denuncia como radicales o corruptos, y una parte importante de la población lo cree. Por estar mirando la polarización nos olvidamos de un tema más de fondo: la débil legitimidad general de todos los políticos. No creemos en nadie, y la discusión programática se asume como una coartada para esquilmar el Estado. Las encuestas aplicadas en América Latina muestran al Perú a la cola en una serie de aspectos vinculados a la confianza hacia el gobierno y entre los propios ciudadanos. ¿Por qué debería creer en la buena voluntad, más si esa buena voluntad viene de sectores que considero lejanos por sus temas e intereses a los míos? Tanta corrupción y maniqueísmo, la ausencia de una formalidad que muestre las ventajas de un Estado funcional, pasa factura en la confianza ciudadana.

En particular, el centro democrático es presentado como un extremo más por ambos lados. Los argumentos son cínicos, pero no por eso ineficientes. Ya lo dijo Vladimir Cerrón: antes el Fujimorismo que los caviares. Algo similar dirían en el extremo derecho. Consultorías técnicas, por ejemplo, hoy son el equivalente para la prensa panfletaria que los maletines de la Salita del SIN. Quienes denuncian que el clientelismo de Estado se construye en base a consultorías para un sector político determinado saben que eso dista de ser cierto, pero poco importa si refuerza la idea de que todos somos iguales. Iguales en la miasma.

Una representación construida desde la polarización y la mediación de actores patrimonialistas e informales. Una débil legitimidad que recorre todo el sistema. Ya estos serían retos enormes para la construcción partidaria. Pero cerremos con un problema adicional. Lo que hoy domina la política, se defiende. No quiere esas fuerzas alternativas. No se percatan que es posible que ellos no cosechen nada, son rechazados por una mayoría de ciudadanos. Pero en el camino quieren dejar muy claro que otras fuerzas democráticas o no democráticas no tendrán suerte en las próximas elecciones. Los ataques a personas en todo el espectro político lo demuestran.

Como vemos, el terreno en que toca jugar es ingrato y violento. Veo con alta desconfianza las recetas fáciles para salir de la situación actual. Quienes me han leído antes saben que considero las reformas electorales como insuficientes, pero además hoy en el Congreso se toman más como coartadas para ganar tiempo o avanzar intereses que un interés genuina. Y los que apelan al sujeto salvador, sean partidos que no existen, presidentes regionales que terminan en su mayoría procesados, o una sociedad civil debilitada o distante de amplios sectores de la sociedad, nos piden un acto de fe. De esos actores, especialmente si coordinan, pueden salir opciones, por supuesto, pero no los presentemos como una solución evidente porque es mentira.

¿En este difícil contexto qué puede hacer el Partido Morado?

Pues puede hacer lo esencial para iniciar un cambio: pelear la representación electoral. Lo que toca es más una tarea, un reto, que una solución. Pasa por intentar construir una nueva representación electoral que reduzca la polarización, que acerque a individuos de peso y con credibilidad, políticos o técnicos, a la política y también a jóvenes que son los que cargan la energía. Articular mucho, y dependiendo de la suerte de la empresa , ver cuánto se puede cambiar del funcionamiento de la política al formarse una nueva representación en el Congreso y elegir nuevas autoridades subnacionales.

El reto del partido morado es, en parte, vender un centro creíble que llene un espacio hoy vacío. Suficiente espacio para ser relevante en el Congreso por si le toca ser gobierno. Y no es nada fácil construir ese espacio. A Julio Guzmán en su momento le funcionó presentar una cara nueva en una elección en que no había candidato potente contra una Fujimori popular. Pero esa situación, además de haber perdido la novedad del candidato y del partido, no es fácil que se vuelva a dar. El Partido Morado ya es parte del establishment, para bien o para mal. Y toca reconocerlo para avanzar.

Pongámonos optimistas por un momento. Hoy ustedes son buenos puntos de apoyo donde comenzar a cumplir el reto de construir una mejor política. El partido tiene Inscripción y es visto como honrado. Hizo un gobierno en que demostró que se puede respetar una economía saludable, nombrar personas competentes, no robar (suena a ciencia ficción) y responder con empatía a las necesidades urgentes de la pandemia. Su posición ideológica, que hoy vienen aquí a perfilar, les da una enorme ventaja en segunda

vuelta: a pesar de lo que digan los extremistas no es el cuco que espanta a los votantes de la derecha y no es el continuismo libertario que rechazan los votantes de izquierda. Y también sean conscientes de la posición que su bancada, ahora Flor Pablo, ha logrado construir en el Congreso. Ella y Susel Paredes hasta hace poco son un referente de cómo sería una bancada morada. Si hoy Flor sola logra plantear batalla por reformas y control de la corrupción, ¿qué harían diez, quince, congresistas? Esas son ventajas que deben ser tenidas en cuenta y aprovechadas al máximo.

Pero no he venido a decirles cosas bonitas. La gran desventaja con la que cargan tiene un costo enorme en primera vuelta. Parafraseando a Fernando Pessoa, no pueden darse el lujo de “no ser nada”, aunque tengan todos los sueños del mundo. No pueden esta siempre “a medio camino de”. Eso en un mundo polarizado pasa desapercibido, causa rechazo. Funcionó cuando estaba Keiko Fujimori como clara ganadora. Allí por unas semanas eran algo, “no eran” el Fujimorismo. Sin ese algo, en vez de recoger a los moderados, corren el riesgo de espantarlos ante el temor de perder su voto en un candidato o candidata sin oportunidad.

Y ello porque el centro no debe verse solo como un espacio de valores “intermedios”. Sin duda en parte lo es, de diversas maneras. El contenido “centrista” ya está, cuestión de empaquetarlo como intentan hacer hoy en su congreso doctrinario para acordar en que están de acuerdo y en qué no habrá acuerdo. Libertades básicas, una mirada crítica al libertarismo, pero también a la izquierda dura, el énfasis en la acción del Estado para quebrar desigualdades y promover el desarrollo, la defensa de ciertas reformas como la educativa, que el partido reforzaría de ser gobierno. Todo eso te coloca al centro y en el campo reformista, una mala palabra para la izquierda de los setenta. Pero el centro es también un espacio que requiere valores duros, que construyan apoyos. ¿Qué agendas defenderán que resulten polémicas o incluso impopulares en ese centrismo? ¿Cómo se concreta en el cotidiano esas reformas que se proponen y defienden? ¿Cómo se transmite ese contenido programático a la vez que se traduce en gestos y mensajes claros? No sé nada de marketing, pero sí tengo claro que el spot del bus recorriendo Lima en la elección pasada no logró ni lo uno ni lo otro. Quitó seriedad a un proyecto serio y tampoco logró entusiasmar a sus destinatarios.

Es más que los temas entonces. Es cómo se aterrizan esos temas. Les soy franco, me parece mucho más importante que tengan voceros articulados y capaces de transmitir sin contradecirse esos cuatro o cinco puntos que marcarán al partido que la definición doctrinaria precisa de los mismos. ¿Qué los hace distintos a los que hoy tienen poder? ¿Por qué el Partido Morado no apoyaría que el Ministerio de la Mujer pase a ser el Ministerio de la Familia? ¿Qué agendas impopulares defienden, agendas que son clave para atraer un grupo de votantes en primera vuelta? ¿Qué van a hacer los honestos morados para enfrentar y controlar a los pendejos? Esos temas de credibilidad básica, de contenidos concretos y valorativos, es en lo que creo les falta mucho. Pensar más la implementación de lo que implica ser centrista que el diseño.

Siempre mirado desde fuera, también sería bueno que se vea ese ánimo de construcción partidaria desde la urgencia y la generosidad. Tienen la enorme ventaja de la inscripción y la ausencia de escándalos de corrupción para atraer buenos candidatos y reforzarse. Aprovéchenla. Pero esa ventaja tiene que usarse para convocar, jalar a los mejores. Deben recuperar a los que se fueron por rencillas internas, a los buenos invitados que hoy siguen cerca; deben recordar que la honestidad es más poderosa como goma que los consensos, pero también miren afuera: ¿a quiénes quieren? ¿Quiénes pueden darle los motores y visibilidad que hoy el partido todavía no tiene?

Es más fácil no hacer este reclutamiento y quedarse con los de hoy. Una razón por la que los partidos en el Perú con frecuencia quedan atrapados en la irrelevancia es la tensión entre militancia con limitada capacidad electoral y los invitados populares, pero que carecen de compromiso organizativo. Los primeros no tienen el arrastre para ganar, los segundos traen novedad y votos, pero pueden debilitar la organización si no se comprometen con el esfuerzo de construcción partidaria. ¿Cómo están procesando estos temas al interior del partido? ¿Qué liderazgos internos tienen más potencial electoral como para ponerlos al nivel de los invitados? ¿Qué les pedirán a los invitados para que sean más orgánicos? Decía al inicio que para ser opción se requiere mucho altruismo, y en este tema es crucial. ¿Qué foto de personalidades externas y militantes en ascenso puede hoy mostrar el Partido Morado? ¿Quiénes son los que se enfrentarán a los corruptos, plumíferos y encendidos radicales que apoyan a otros grupos?

Y es difícil convocar pues además de altruismo requiere mucha inteligencia y comprensión de los espacios regionales y locales. Sería un error quedarse en el mundo técnico y progre de Lima como sinónimo de centro, al partido le ha costado tener llegada fuera de este espacio. Es necesario mostrar la relevancia del centro en las regiones y sus propias urgencias, una agenda programática que no sea limeña sino nacional. Porque así como la economía es un quiebre crucial en segunda vuelta, el quiebre Lima- regiones, también lo es. ¿Qué candidaturas pueden mostrar lo que ofrece el partido en elecciones regionales y locales? ¿Quién va a llevar ese ideario a lo local? ¿Cómo mostrar ese peso regional, que se ve en esta sala con delegados de procedencia regional muy diversa, en su cartel electoral?

También sean conscientes que este espacio de centro tiene fronteras claras, no estoy de acuerdo con mi amigo Gustavo Gorriti cuando nos dice que un primer paso para salir de la crisis actual es un gran acuerdo de centro como señaló hace poco en una entrevista. Sí, es parte de la salida, como estamos discutiendo. Pero este espacio también requiere estar acompañado con otros espacios democráticos a la izquierda y la derecha que representen mejor. Y no es solo un ideal, sino que sin esos espacios perdemos varias peleas. En un país polarizado, con políticos deslegitimados, el centro con ideas y propuestas claras puede quedarse corto para atraer a los votantes de los extremos. No es atractivo para grupos que hoy están más cerca a esas derechas e izquierdas radicalizadas que al centro reformista. Esos ciudadanos no pueden ser acusados de radicales o ignorantes, sería un error. Más bien toca escucharlos, entender sus urgencias, y buscar, con humildad, ganarlos. Y para ello no creo que el sentido común del centro sea suficiente. Toca que otros piensen también en izquierdas y derechas democráticas, centrípetas. Espacios con sus propios problemas de construcción. La izquierda democrática enfrenta una base electoral muy clara, territorial, estructural, que la aleja de ciertos consensos democráticos y de prudencia en la economía. Cuesta bastante hoy construir una izquierda democrática centrada en derechos e igualdad, sobre esa base estructural que jala hacia la izquierda más dura. El caso de la derecha es el inverso, me parece. Tienen en Lima un espacio estructural que le demanda menos radicalismo y más liberalismo real, pero tiene una grosera incapacidad de apreciarlo o valorarlo. Liderazgos de derecha se tomaron la foto fraudista en vez de plantear sus diferencias con el Fujimorismo o con Renovación Popular. Hoy no ofrecen nada diferente y la verdad parece que no quieren distinguirse. Pero el espacio de derecha liberal está allí, para ser explotado. Pero hoy lo que nos ocupa es el centro, cómo construirlo y cómo convocarlo. Y la lección de esta polarización es que el centro debe buscar fronteras más o menos claras hacia los lados. Creer que pueden abarcar todo el espectro podría mezclar demasiadas posiciones y debilitar los mensajes centrales por pretender gustar a todos.

El diagnóstico duro que les he presentado intenta convencerlos de que tienen que elevar su juego al máximo. Recuperar a los que se fueron, invitar nuevos miembros, reforzar la idea de que el partido es un espacio para el desarrollo personal en torno a ciertas ideas donde se discrepa pero se rema juntos. Y también un espacio para proteger a los honestos. Combatir a la mafia sin ser mafia. Con un juego pequeño, sin vocerías que impacten el debate público, sin valores concretos que permitan responder a la pregunta de porqué importa que exista su partido político, se puede caer en la irrelevancia. Como tantos otros partidos antes. No olvidemos que estamos en Huampaní, lugar donde se quebró Izquierda Unida, todavía algunos amigos de izquierda derraman una lágrima cuando se dice el nombre.

Un buen amigo y colega, el rector de mi universidad, Carlos Garatea, hablando hace poco sobre el deber de construir un mejor país para nuestros estudiantes señaló:

Alguna vez dijo Vallejo: “La luz es tísica; la sombra, gorda”. Creo que podemos invertir la fórmula. Engordar la luz, adelgazar la sombra.

Ese es el reto actual en la política. Mostrar voluntad, organización y un camino para engordar la representación democrática. Les deseo mucha suerte en su trabajo hoy y mañana. Y ya ven, comenzamos en el desanimo y temiendo ser ingenuos, pero creo que concluimos con un reto realista. Un reto que requiere mucha generosidad, inteligencia y empatía. Pero un reto posible y necesario. Seguramente igual, hagan lo que hagan, seré su votante. Pero depende de ustedes que lo sea con entusiasmo o, como ya es costumbre en mi vida política, que sean mi mal menor, ese que libera del peligro de la sombra, pero no garantiza más luz. Espero sea lo primero. Mucha suerte.